BIENVENID@

"Que los caminos se abran siempre a tu encuentro, que el viento sople siempre a tu espalda, que el sol brille templado sobre tu rostro, que la lluvia caiga suave sobre tus campos. Y que, hasta que volvamos a encontrarnos...Dios te guarde en la palma de su mano". (Bendición Celta)

20 diciembre 2011

¡FELIZ NAVIDAD!




Hacía frío aquel atardecer de principios de invierno. Llevaban horas viajando por caminos de piedras. Estaban cansados y hacía frío.
La pequeña aldea estaba llena de gente y no había sitio para ellos.
Alguien, tan pobre como la joven pareja, les permitió quedarse en un rincón. En la cueva donde guardaban el ganado.
- No puedo más, María. ¿Qué vamos a hacer?. Una ley absurda nos obliga a viajar hasta aquí. Tú en tu estado. Mis parientes no quieren saber nada. ¿Qué más puede pasar?.
- Ten fe, José. ¿Ves?. Nos dejan un rincón. Todo va a salir bien.
- Sí, María, tengo fe en ti porque te quiero. Pero Dios…Dios a veces se vuelve Silencio.
- Ten fe…
Pasada la media noche María empezaba a descansar. Nadie más que José y los animales oyeron sus gritos en la fría noche. No tenía más sábanas que la hierba seca y unos paños que había llevado consigo “por si acaso”. Ni más comadrona que su joven esposo.
A la luz de una breve antorcha amantaba por vez primera a su hijo.

- Ves José. Esto es lo único importante. Estamos los tres. El niño ha nacido bien. Está sano. Tiene todos los deditos. Estamos tú, el niño yo. Tenemos un techo y nuestro calor de familia. ¿Qué más podemos pedir?. Estar en esta cueva juntos es mucho mejor que todo el falso oro de los palacios de los reyes.
Anda, deja de limpiar y ven aquí a nuestro lado. ¿En qué piensas?.
- Pues sinceramente. Estaba pensando que si al niño le da por parecerse a Su Padre igual se vuelve invisible y dejamos de verlo aunque sabremos que por ahí andará….Jajajajajaja.
- ¡ Pero qué cosas tienes!. Por eso estoy contenta de haberme casado contigo. Pareces serio pero tienes un humor…
- Bueno y además soy guapo, y tengo un buen oficio, y soy joven. Jejeje. Yo creo que me enamoré de ti desde que jugábamos siendo niños. Cuando nuestras familias prepararon la boda fui el hombre más feliz del mundo. Era a ti a quien siempre quise.
- No voy a decir nada al respecto: ya lo sabes. ¿Qué es ese ruido?. ¿Quién viene?.
Antes del amanecer se marcharon. Habían preparado una fiesta como sólo la gente de verdad sabe hacer: compartiendo lo que tiene. Era sábado, el día sagrado de los judíos, y no se sacaba el ganado. María, José y el niño tenían un día entero para descansar de la ajetreada noche.
- ¿Qué ha ocurrido, María?. Dime que no ha sido un sueño. No, claro, los restos de queso, dátiles y las pieles de oveja siguen ahí.
- Te había dicho que tuvieses fe, José. Creo que empiezo a entender lo que ha pasado. Dios, ese Dios del silencio del que a menudo hablas, nos ha dado una pista de cómo quiere que eduquemos al niño.
- ¿Y qué tienen que ver unos pastores con la educación de nuestro hijo?. No lo entiendo.
- Verás: sabes de sobra que nadie quiere a los pastores. Les rechazamos incluso más que a los ladrones. Los pastores son pobres, sucios, no saben hablar ni comportarse, son agrestes, rudos, se pasan meses en las montañas. Todos sabemos que allí, lejos de las personas decentes, sin mujeres cerca, tienen relaciones entre ellos, en contra de lo que manda La Ley. También por eso les rechazamos. Porque son impuros, sucios y aberrantes.
- Sí. Todo eso lo sé. Por eso no entiendo por qué han venido. Se lo agradezco pero no lo entiendo.
- Es sencillo. Dios se les ha aparecido a ellos, a los que son rechazados por todos. Y a ellos les ha regalado conocer a Su Hijo. ¿No lo ves?. Dios nos ha puesto a prueba. Podía haber elegido nacer en un palacio rodeado de riquezas y poder. Pero nos ha elegido a ti y a mi: una pareja joven y pobre. Y nos ha enviado aquí, a una cueva de bestias para que su hijo naciese en la miseria y fuesen unos miserables a los que todo el mundo rechaza los que le diesen sus primeros regalos: calor humano y alegría de verdad.
¿A que hemos estado a gusto?, ¿a que tampoco son tan mala gente?. Para eso Dios ha querido todo esto. Tenemos que educar al niño a AMAR, así, con mayúsculas. Y sobre todo a que ame y enseñe a amar a los que nadie quiere.
Estoy agotada. Pero ha sido una noche tan especial. He tenido a mi hijo junto al hombre al que amo. Han venido unos desconocidos y compartiendo pobreza y alegría hemos tenido una fiesta como pocas. Porque cuando uno ama y se sabe amado no hacen falta dorados ni regalos de mentira: sólo personas. He sentido que Dios, ese Dios a menudo del silencio, escribe recto en las líneas torcidas de mi vida y me lleva siempre en la palma de su mano.
Aún nos queda mucho que pasar, mucho que no entender y mucho que sufrir. Pero ten fe, José. Vale la pena.
- Como quieras María. Junto a vosotros dos aprenderé a tener fe. Con la Madre y el Hijo de Dios, a mi lado como para no…
- Anda, deja de trastear y ven a nuestro lado. Que está amaneciendo y hace frío.

Amanecía un frío sábado de invierno en la perdida cueva de ganado de Palestina. Había sido una noche larga e intensa. Llena de vida, de calor y de amor.
Una noche que cambió la historia sin que nadie se percatase. Así es como actúa Dios: desde la autenticidad, la sencillez y el amor.
María, José y el Niño descansan juntos, felices.

Y lo siguen haciendo cada vez que nuestra Navidad, más allá de los ruidos y las luces es amor auténtico con los que hay a nuestro lado.

¡Feliz Navidad!.

14 diciembre 2011

ANDRESÍN PIES PLANOS

Andresín era un niño regordete y rubio, alegre y sano.
Andresín vivía en una aldea idílica de un valle perdido entre lejanas montañas.
Andresín era feliz. Pero tenía los pies planos. Se lo dijo el médico a su madre un día que esta se extrañó porque el niño empezaba a caminar de forma un tanto extraña.
Con los pies planos Andresín seguía siendo un niño regordete y rubio, alegre y sano. Pero empezó a ser un niño “diferente”: tener los pies planos era un drama: no podría caminar bien, no iría a la mili y siempre llevaría el cartel de “pies planos” pegado a su frente…ser diferente era malo.
Los padres de Andresín, que tanto querían a dos sus hijos (tenían también una inteligente y guapa niña de fuerte carácter llamada Marta ), desde el momento que se enteraron del problema de su hijo pusieron todos los medios para solucionarlo, pese a que eran pobres. Buscaron tratamiento, pero en aquella época apenas había “médicos que curasen pies” y les resultó muy difícil. Siguieron buscando hasta que dieron con uno en Arcaica, una vieja ciudad a casi trescientos kilómetros de la aldea.
Desde ese momento, con cuatro años, la vida de Andresín cambió. No podía hacer las cosas que hacían los demás niños de su edad: saltar, escalar montañas, trepar a los árboles, jugar al fútbol. Cuando en invierno nevaba, mientras los demás niños de la aldea jugaban con la nieve, Andresín tenía que conformarse con mirar desde la ventana.
Tenía que llevar unas incómodas botas ortopédicas que se rompían casi con mirarlas y dentro de ellas unas plantillas hechas a medida cada seis meses, que también se rompían fácilmente y además eran muy caras.
Seguía siendo feliz, alegre y sano; pero de la misma manera que su cuerpo cambió y se volvió delgaducho y su pelo se oscureció hasta el color castaño, su ánimo también varió.
Andresín se tornó tímido, introvertido y solitario.
La primera vez que el podólogo tocó sus piececitos se molestó mucho y dijo a su mamá indignado:
- “¡Los médicos de Arcaica son unos marranos!”.
De todas formas su instinto de supervivencia prevalecía y continuó “capeando el temporal de la vida” teniendo la infancia feliz que todo niño merece.
Se acostumbró a las plantillas, que durante años le hicieron un doloroso callo en la planta del pie, se acostumbró a los apretados y feos zapatos ortopédicos que se rompían con nada. Se acostumbró a caminar de puntillas por el comedor de casa cada tarde durante la media hora que duraba el Telediario, bajo la vigilante mirada de su hermana Marta o de sus padres. Aquella era la terapia que mandaba el podólogo.
Y se llegó a acostumbrar a otras cosas más dolorosas que unos zapatos que oprimen los pies.
Como no podía jugar con los niños y las niñas le parecían tontas (cosa normal en cualquiera de su edad) estaba con los adultos. Les escuchaba y se sentía escuchado; sobre todo por los abuelos del pueblo. Además él tenía el mejor abuelo del mundo que le enseñaba los nombres de las plantas, de los insectos y le contaba mil historias reales que sonaban a leyenda. Con su manita agarrada al dedo de su abuelo mientras le contaba cosas se sentía libre y feliz.
Cuando los adultos tenían quehaceres Andresín caminaba durante horas por los montes y se embelesaba con el aroma de las plantas o las evoluciones de los insectos y de los pájaros.
Tenía amigos y les quería pero sabía que había momentos en los que no podía estar con ellos. Aunque cuando iban en bici siempre era el primero en apuntarse.
Pero claro, no todo es idílico. Como muchas veces no jugaba con los otros niños, y se enfadaba si rompían nidos de golondrina. Como pasaba tiempo solo y tenía un lenguaje de adulto para su edad, pronto empezaron a llamarle “marica”. Al principio le molestó, pero luego dejó de darle importancia:
- Total tener los pies planos tampoco es tan malo. Cuando se curen dejarán de llamarme esas cosas.
Lo que el ingenuo Andresín ignoró durante casi toda su infancia era que “maricón” no significa “tener los pies planos”…(¿o sí?)…
Lo que más le dolía era que le dijesen que no caminaba bien o que no podría caminar “como es debido” y que siempre andaría como un pato.
Por eso nuestro amiguito se esforzaba por caminar mucho y por demostrar y demostrarse que era capaz de andar más y mejor que nadie.
A los doce o trece años con los cambios propios de la pubertad se enteró de que la palabra odiada con la que algunas personas le herían de niño tenía “otro significado” y pensó con hilaridad:
- “¡Si supiesen que tenían razón sin saberlo!”. Esa fue su venganza: reírse de quien le marginó por diferente y pensando hacer más daño no se equivocó mientras él no sabía de que iba el tema.
El joven Andrés, diría más tarde:
- “En el fondo tenían razón: un pies planos de la época, era un maricón: ambos estaban marginados y excluidos”.

El adolescente Andrés, ya con una oscura sombra en el bigote y con voz de pollo de corral, gustaba de recorrer montes con las zapatillas que le dejaron ponerse por vez primera a los catorce años. Y pasar días enteros solo por los montes nevados con sus botas de goma (hasta los 12 años no pudo hacerlo).
Había aprendido de su infancia a valorar cada brizna de hierba o cada aliento de viento del bosque. Había aprendido a observar, a escuchar y respetar a los mayores. Había aprendido a oler los mil aromas de la naturaleza y escuchar sus mil sonidos. A encontrar valores en el que es diferente. A ser independiente y crear sus propias diversiones sin la gregariedad de un grupo.
También, por supuesto, a detestar el fútbol y los deportes, a pasar de competiciones y demostraciones absurdas de valor, u hombría, a no soportar las grandes concentraciones de gente ruidosa, a tener ideas propias sin importarle si eran o no bien vistas: tenía asumido que era “el raro oficial” y eso le daba libertad.
Y sobre todo aprendió a caminar sin tener que pensar que había tenido los pies planos.
A los dieciséis años el podólogo le dio el alta: ¡Ya estaba curado!. El esfuerzo de sus padres y el suyo propio habían tenido recompensa.
Y ese mismo año su vida dio un cambio radical: se marchó de la aldea con su familia a vivir a otro lugar y empezar otra vida.

Años más tarde el adulto Andrés, con barba y alguna incipiente cana, volvió para pasar una larga temporada a la aldea. Siempre que podía caminaba durante horas, cual corzo, por los bosques, en los que de niño había aprendido toda una forma de ser y de ver la vida.
Un día cogió una mochila y se fue caminando al Campo de Estrellas y al Fin de la Tierra, para cierta admiración de algunos que pensaron en el niño regordete que no quería caminar de por vida como un pato.
A la vuelta alguien le dijo:
- “Parece mentira que con lo que caminas, de niño tuvieras los pies planos.
- Tuve los pies planos, sí, pero gracias a Dios no tenía plano el cerebro”.

Y con sonrisa sardónica pensó:
- “Benditos pies planos que abrieron un ventanal de sensibilidad y de diferencia felices cuando tras la vieja puerta me esperaba mediocre normalidad”.
Cuando el hombre cierra una puerta Dios abre una ventana…para tirarse de pies…y ser feliz.