BIENVENID@

"Que los caminos se abran siempre a tu encuentro, que el viento sople siempre a tu espalda, que el sol brille templado sobre tu rostro, que la lluvia caiga suave sobre tus campos. Y que, hasta que volvamos a encontrarnos...Dios te guarde en la palma de su mano". (Bendición Celta)

08 septiembre 2008

...LA REALIDAD*.

Conviene, antes de leer este escrito, releer este enlace de hace un tiempo para entenderlo mejor.

http://lobogrinoo.blogspot.com/2007/04/tras-el-invierno.html

Llegué a vivir al Pueblo de los Lobos tras varios años de visitas intermitentes.
Era septiembre. Volviendo a casa de comprar el pan una mañana mi tía Baldomina, que estaba cavando en el huerto, me enseñó una familia de gatos. La madre y sus cinco crías de un par de meses campaban felices en la huerta y comían en una piedra grasienta las sobras que les llevaba.
Desde el primer momento me enamoré del gatito atigrado de color gris intenso que se quedaba rezagado olisqueando las flores. Baldomina intentó cogerlo sin éxito en varias ocasiones.
Los gatitos iban creciendo. Había dos iguales uno de los cuales no veía por un ojo. Con los fríos del invierno empezaron a morir. Mi madre y yo les llevábamos comida todos los días pero desesperados se aventuraron fuera del huerto y dos de ellos murieron. El de tres colores pereció del frío, y poco después la madre de la camada también.
Al final sólo quedó el gatito gris atigrado.
Un día vi otro gatito abandonado que comía con él. La pareja era curiosa: un gato común y un espectacular gato persa tricolor juntos. Siempre juntos. Dándose calor y protegiéndose el uno al otro.
Fue entonces cuando surgió la historia.
¿El final?. Preferiría no haber visto más allá y no contarlo, pero tampoco es tan malo: o no peor de lo que es la vida y me dio una lección.

Aquel verano, tras el duro invierno, los dos gatitos que eran tan amigos tuvieron crías...Sí: eran dos hembras: las dos parieron en el pajar y cuidaban de la prole de la otra. Gatitos sin dueño muchos de los cuales no llegaron al invierno. Y así estuvieron un tiempo: las dos cuidando una de la otra y de sus crías. Pero el invierno siguiente la gatita gris atigrada desapareció: quizá un coche, algún ratón envenenado o tal vez un perro. El caso es que desapareció y la gata persa de tres colores pasó a ser la matriarca indiscutible de todo un grupo de gatas, hijas de su “amiga”, y de sus progenies.
La pasada Navidad, como hace cuatro años, aún fui a llevarle los restos de la comida. Nunca he podido tocarla y cuando me quiero acercar, me araña hasta en las botas. Pero al mismo tiempo cuando me ve abrir la reja del huerto se acerca. En ocasiones me obsequia con una mirada entre dolorosa, resignada y esperanzada. Aunque yo prefiero imaginar que es la mirada viva de un pequeño ser capaz de sobrevivir e incluso de amar.
Toda una lección: siempre vale la pena. Siempre.
Fin de una bella historia e inicio de todas las demás surgidas del amor...