BIENVENID@

"Que los caminos se abran siempre a tu encuentro, que el viento sople siempre a tu espalda, que el sol brille templado sobre tu rostro, que la lluvia caiga suave sobre tus campos. Y que, hasta que volvamos a encontrarnos...Dios te guarde en la palma de su mano". (Bendición Celta)

11 noviembre 2007

OLORES DE VIDA.

1

No puedo evitarlo: soy un auténtico sibarita de los olores. Poseo un sentido del olfato hiperdesarrollado lo cual, si habitualmente es positivo también da sus quebraderos de cabeza por la manía de algunas personas a lavarse poco o a tener “mascotas” (=chuchos apestosos, básicamente).
La tarde antes de partir para El Valle de los Lobos decidí pasarme por el “Sephora” como me gusta hacer a menudo. Siempre hay algún perfume nuevo que me sorprende gratamente. Lo cierto es que soy más de aromas fuertes de maderas, tierra o almizcles que de perfumes frescos o afrutados. Los Kenzo, D&G y compañía que no aguantan nada me repelen bastante. Demasiado “pijo-diseño” para mi gusto.
Aparte del imprescindible y nunca caduco “Fahrenheit” o el almizcle casi en estado puro del sublime “Antaeus” de Chanel mi nueva debilidad es “Terres” d’Hermès: todo maderas y tierras que duran en la piel horas y horas.
Así, bien perfumado, subo al autocar camino del Valle. El viaje tiene su propio aroma. Huele a gasolina, a cortado rápido bostezando en Alfajarín y Burgos, a desinfectantes en lavabo de área de servicio, a humanidad y a prisa anhelante por llegar.
Y cuando llegas...Huele.
Al bajar del autocar, medio desmontado después de 11 horas de viaje, huele a fresco amanecer, a aire limpio de montaña, a abrazos de reencuentro. Mi piel aún conserva el aroma de los perfumes del “Sephora” pero mi alma regresa a los olores amados.
El pueblo huele a vida, a gente conocida que te quiere y a la que quieres, a rocío en la hierba, los robles y las berzas de la entrada. Y a fundido en abrazo con las personas que más quieres. Y a café con leche con pan recién hecho en horno de leña y magdalenas calientes. Y a preguntas. Y a explicaciones. Y a miradas...

Unos días después de llegar toca “sacar las patatas”. Ese día huele a amanecer de rocío y a expectación por como será la cosecha. Cuando empiezas el duro trabajo el calor va transformando los aromas. Ahora es a tierra fresca, en la que estás metido hasta los tobillos. Un aroma inigualable y mágico. De vida en estado puro. Huele también al sudor que empapa la tierra que te da sus aromáticos frutos. Porque las patatas huelen a dulce regalo de la tierra cuando las coges. Después huele al polvo seco de los viejos sacos de esparto que reciben a las patatas y a más sudor cuando las subes en la carretilla al sol del mediodía. Cuando llegas a casa te espera una fresca y aromática cerveza con gaseosa y el inigualable aroma del bocadillo de chorizo casero.
Luego hay que sacar las cebollas. Uno de mis perfumes preferidos. La tierra húmeda se mezcla con el perfume dulce de las cebollas y te dan ganas de meter todo eso en un frasco para recuperarlo cuando estés en la ciudad. La savia de las cebollas con la tierra crea una pasta que un año más restriego embriagado por la cara al limpiar el sudor. Es fantástico.
Son días de trabajo en el campo. Las mañanas que toca arrancar las hierbas en las fincas de los castaños también tienen su perfume. Los helechos y la retama al ser arrancados huelen áspero y dulce. Y el agradecido castaño también.
Y son días de caminar por los senderos de los montes repletos de miles de olores en cada planta, en cada tipo de corteza, en cada rastro de animal .
Tiene aroma, también, la charla con la señora María. Huele a sabiduría, a longevidad, a aquella paz llena de vida que desprenden los viejos y que tanta falta nos hace en este mundo loco. A sus 97 años se queja que “ a veces se olvida de cosas”. Y uno piensa: “que envidia”...
El otoño comienza y, al igual que en la primavera, los olores se multiplican. Las moras de zarza, ya maduras, tienen aquel dulce y evocador aroma de la infancia y el inigualable sabor de lo más auténtico: los dones de La Tierra. Las manzanas con sus aromas que oscilan entre el dulzón y el ácido envuelven el aire de los huertos del pueblo al atardecer, mientras el rojo cielo anuncia la bonanza del día siguiente.

La Fiesta Grande de finales de septiembre huele a reencuentros, a perfumes dispares en cuerpos de gente llegada de distintos lugares con el único fin de reunirse con los que quiere y celebrarlo. Huele a cervezas, tabaco y amistad en el bar y a cubatas y humo bailando en humanidad bajo la orquesta. Huele a pulpo con su ajo y su pimentón en la Feria del Ganado y a riquísima empanada casera en el hogar. No existe nada mejor.
El día central huele a lluvia y a emoción en la ermita. Muchos. Cada uno desde su distancia y hoy allí. Lejos pero siempre allí. Poniendo ante La Virgen que Huele a Nieve todo lo que ha vivido, anhelado, amado o sufrido durante el año. Las miradas emocionadas también huelen: a esperanza, a dolor: a ser humano. Cada año falta alguien y ese aroma se hecha de menos. “Que volvamos a estar todos el próximo año, Madre”. Las plegarias huelen a la cera humeante de los cárdenos cirios y la sal en los húmedos lacrimales.
La tarde huele a jugosa carne de ternero asado entero para comerlo compartido. Todos. Deliciosa. A más baile bajo la carpa y a despedidas entrañables con cerveza en la mano. “Hasta la Navidad o hasta el próximo año”...

Las primeras setas de las lluvias otoñales aportan aquel aroma del humus dulzón en descomposición que tan sabiamente convierte la materia vegetal putrefacta en exquisitos manjares.
¿Y los ríos?. Las gélidas aguas de los ríos donde meter los pies es un placer también tienen su olor. Huelen a vida fresca, a riqueza infinita que regala vida en abundancia allá por donde pasa. A dulce saponaria en las orillas y a mullido fresco musgo por cualquier rincón de aroma a tierra, rocas graníticas y agua.

El verde de los helechos va mudando en oro en una paleta increíble que oscila del amarillo al gris pasando por todos los matices de los ocres. Y esos colores huelen. Huelen a fin de ciclo vital para empezar de nuevo. El agridulce aroma de los helechos perfuma los bosques de robles y castaños donde empiezan a caer sus aromáticos frutos.
Y donde también huele de forma casi obscena a almizcle y sudor en estado puro. Los corzos comienzan la berrea y las leves trochas que año tras año utilizan están empapadas de su aroma. Lo dejan en la hierba, en los helechos, en la retama, en la corteza de los árboles. A veces pasear por esos senderos casi marea por el intenso olor. Cuando más en silencio está el bosque un atronador berrido de un soberbio corzo te recuerda desde algún lugar que has entrado en sus dominios. Entonces huele a poder.
Las trochas de los corzos son utilizadas también por los jabalís se que afanan a hacer acopio de las dulces bellotas antes del invierno. De repente huele intensamente, pero no es el almizcle del corzo. Un gordo y ágil jabalí sale de entre los helechos para seguir comiendo en cuanto te vayas.

Y el trabajo sigue oliendo. Poco a poco la bodega se va llenando de los aromas de los frutos de la tierra: ácidos tomates, suaves pimientos, dulces calabazas, terrosas patatas, dulces manzanas maduras...
Huele al frío acero del hacha y a la madera que será cortada para el invierno. Viejos troncos de madera de cerezo, castaño, roble y abedul con aquel inigualable y fascinante perfume de la madera (sólo comparable al de la tierra) que embriaga mientras trabajas. Cada tipo de madera posee un aroma distinto: dulce y suave el cerezo y el abedul, agrio la del castaño, recio la del roble. Incluso cada astilla posee su característico olor. Y el serrín de diferentes colores tendrá también sus diferentes perfumes antes de fertilizar la tierra de los huertos.

Visito el cementerio. Huele a espera y a dolor por los que no están. A búsqueda de sentido y a miedo por la incertidumbre de desconocer lo que espera. Pero ese perfume también forma parte de la vida y aunque no guste hay que olerlo.

El día de la inauguración de La Casa del Pueblo huele a amistad de los que viven juntos y a obra bien acabada. A rica comida como mejor sabe: compartida. A excelente empanada de bacalao a riquísimos callos, a buen vino y a risas, a bromas y buen ambiente. A gente.

Huele extraño el crujir de un grueso hilo con el que una gorda araña ha cerrado el camino para su caza. Poco después la tormenta traerá el suave aroma de la tierra mojada y de la lluvia unidas en mágico perfume.

Huele, luego, al humo de las primeras chimeneas que se encienden los soleados días del otoño. Y a dulces castañas que caen en el suelo. Y a cestas de mimbre. Y a agrio esparto de sacos que acogen los frutos. Todo el valle huele a recolección y a vida: las castañas que recoges, las bellotas que comen los jabalís, las perfumadas manzanas, las amargas setas...

Un día huele a “hasta pronto” y vuelve a oler a viaje. La piel ha perdido los artificiales aromas del “Sephora” pero el alma ha ganado todos los de la Vida.
Vuelve a oler a gasolina del viaje, a cortado rápido bostezando en Burgos y Alfajarín, a desinfectantes en lavabo de área de servicio, a humanidad y a prisa por llegar: ahora porque no queda más remedio.
Una pena que parte de esos aromas propios del viaje un maleducado paquistaní empeñado en quitarse los zapatos y una veintena de africanos sin lavarse desde África se empeñaran en destrozar con su falta de consideración, de respeto y de educación. Valores no reñidos con la pobreza y la necesidad.


Cuando llegas a la ciudad huele a humo. A prisa. A ruido. A coches. A café rápido en bares. Y a montones de aromas. Artificiales. Irreconocibles. Todos mezclados para enmascarar un drama: las ciudades no tienen aroma. Y si huelen es a desechos: materiales y también humanos. A angustia. A apariencia. A desconfianza. A prisa. A consumo innecesario... Y a menudo a sinsentido.

Los Olores de Vida quedaron esperando tu regreso en el lejano Valle de los Lobos. En la ciudad sólo queda el consuelo de ir encontrando, con dificultad, olores que te hagan pensar en los aromas de La Vida. En el cálido reencuentro con los amigos cada miércoles, en el trabajo bien hecho, en la cerveza de los jueves en el bar de siempre con las bromas de los conocidos, en Santa María del Mar, en alguna escapada a alguna de “tus” montañas...
Y, por supuesto, de vez en cuando acercarte al “Sephora” a probar nuevos perfumes de tierras y maderas, claro...

2

Fografías:
1- Lepiota entre la hierba húmeda.
2- Helechos otoñales.
©-Lobogrino

03 noviembre 2007

¿DERECHOS A LOS ANIMALES?...

A veces uno descubre sitios de Internet curiosos.
De forma casual llegué a una página que piden derechos para los animales. La idea en si misma me parece una solemne bobada. Son páginas que tienen como base el pedir que se acabe con los toros. En ello coincido totalmente con ellos. El mundo de los toros es una aberración impresentable que recuerda demasiado una España que algunos queremos lejos. Encontrar divertido/interesante la observación impúdica del sufrimiento y muerte de un animal es lo último. Y luego algunos de los que van a los toros se rasgaron las vestiduras cuando aquel señor gallego dio unos cuantos palos a un perro que le había destrozado las gallinas: incomprensible...

Lo malo de estos grupos antitaurinos es que van a un extremo absurdo llegando a abogar por el vegetarianismo, la no experimentación en animales y demás. Con esto pierden la credibilidad y la fuerza en la lucha antitaurina.

No pude por menos que enviarles unas reflexiones.

Y luego me metí un buen chuletón entre pecho y espalda a su salud. Que la hierba está bien y es bonita para verla en los prados pero donde esté una buena tajada de carne bien hecha...


"Buenas
He descubierto esta página por casualidad.
La verdad es que uno se sorprende y tiende a pensar que estas páginas tienen bastante de broma. Dejando a un lado ya que en un mundo en el que muchas personas carecen de derechos pedirlos para los animales es, cuanto menos, algo obsceno.

¿Derechos para los animales?. ¿Porqué?. ¿Los animales nos han pedido que les "otorguemos" derechos?. Y si lo hacemos ¿qué derechos deben tener los animales? ¿tal vez derechos humanos?. A fin de cuentas no conocemos otros ya que es lo que somos. Pero ¿y si los animales quisieran tener derechos que no coincidiesen con nuestros parámetros?. Me parece de una soberbia y de una falta de respeto infinitas eso de querer "dar" derechos a los animales cuando ellos no nos los han pedido. Simplemente están.
Les recuerdo que los animales no tienen derechos porque no tienen conciencia de sí mismos. El ser humano en el momento en el que posee conciencia de serlo (allá por el Homo Habilis que es cuando una parte del cerebro se desarrolla y surge el pensamiento abstracto) empieza a reflexionar lo que le llevará, miles de años después, a redactar la Carta de los Derechos Humanos. Bastante reciente, por cierto...
Los animales sólo poseen instintos. Saben que sufren e intentan sobrevivir por simple instinto natural. Pero carecen de la conciencia de algo más.

Con todos mis respetos. Esto es absurdo.
Siempre he sido absolutamente favorable a que se acabe con tradiciones salvajes como los toros. Pero sinceramente, creo que más por la connotación política de evocación de una España casposa de la pandereta y fascista que por pensar en los toros en sí. A fin de cuentas no deja de ser un animal: no me preocupa en exceso. Quizá el "Toro de la Vega" es lo que veo como más salvaje. Eso sí.
Eliminar los toros sí. Ahí coincido con ustedes.
Pero ¿el resto?.

O sea que según su filosofía para que los animales deban "tener dignidad" ni siquiera podemos comer carne...¡Alucinante!.
Una pena que las cosas no funcionen así.
De esto podemos extraer varias reflexiones.

1- Si el ser humano deja de aportar a su organismo los nutrientes necesarios de la carne animal ¿cómo los obtiene?. Al no obtener tales nutrientes puede llegar a desaparecer. En ese caso entre mi vida o comerme un cerdo evidentemente: el jamón y el chorizo están de fábula y son uno de los placeres de la vida. Simple cuestión de supervivencia natural, vaya.

2- Muy bien. Aceptemos que el ser humano pudiese vivir sin el aporte de nutrientes que proporciona la carne animal. Para ello tendría que alimentarse de plantas. Pero si los animales sienten, sufren o tienen dignidad, ¿porqué no va a ocurrir lo mismo con las plantas?. Y en ese caso ¿porqué no aparecer grupos como este en defensa de que no pueda comerse una lechuga a la que seguramente le duele que la arranque y me la coma?. Llevado al extremo no podríamos alimentarnos de nada que no fuese la recolección o los animales y plantas muertas: otra interesante manera de acabar con la especie humana ya que no está preparada para tal cosa. Su evolución le ha situado en un peldaño de la escala trófica en el que sobrevive gracias al consumo de animales y plantas básicamente cocinados y elaborados.

3- Perfecto. No probemos productos estéticos...ni médicos...en animales. Yo optaría por probarlos en votantes del PP, pero a alguno no le va a gustar. Si no hacemos pruebas científicas en animales y no nos dejan hacerlas tampoco en peperos ¿cómo nos lavamos la cara?. Y si nos falta higiene aparecen enfermedades. pero si no podemos probar los medicamentos en nadie si quedaba algún humano vivo de comer carroña y bellotas nos lo acabamos de cargar. Hacer pruebas en animales (desde jabones hasta vacunas) es necesario para la supervivencia humana.

4- Es cierto que las modernas maneras de explotación de la carne animal tienen mucho de "agresivas". Pero es lo que tiene la sociedad actual. Y gracias a ello puedo enviarles este correo electrónico.
Me crié en un pueblo donde los cerdos, las gallinas, los conejos o las vacas destinados al consumo humano eran tratados con una dignidad, tanto en vida como una vez sacrificados, de los que adolecen los animales de las granjas. Pero resulta que criar un pollo te costaba más de medio año. Si ahora siguiésemos aquellas pautas tan sanas comería sólo una parte de la población y sólo muy de vez en cuando.
Pero incluso en las sociedades rurales, así como en las sociedades primitivas o en épocas antiguas en las que los animales pertenecían a la esfera de lo sagrado siempre han sido sacrificados para el consumo humano.
La antropología humana lo lleva impreso en los genes. Los pueblos indígenas o los hombres del Neolítico que cazaban búfalos o mamuts les pedían perdón por hacerlo. Pero lo hacían. Es lo que tiene ser humano: que al estar en la cima de la cadena trófica necesita el consumo de carne animal para sobrevivir.
Y en el momento actual esa carne se cría hormonada en granjas, se mata en mataderos industriales y se vende en paquetes de plástico en supermercados. Todos queremos tener la panza llena para reflexionar "sobre los derechos de los animales" o para conectarnos a Internet...

5- Igual que con la comida. Perfecto. No nos vistamos con prendas animales. Pero ¿y si el lino o el algodón sienten y sufren?. No es descabellado pensar tal cosa. En tal caso vayamos desnudos pero ¿y cuándo llega el invierno?, ¿y los pueblos que viven en lugares fríos donde no crece ni lino ni algodón ni nada?, ¿se mueren de frío?, o tal vez ¿emigran a climas donde se pueda ir desnudo todo el año?. En ese caso la superpoblación en esos lugares, unida a que no podríamos comer animales ni plantas llevaría a la extinción del ser humano...o a la antropofagia como alternativa. Siempre pueden hacerse criaderos de humanos (pero ahí dejemos a los peperos fuera: que la carroña no es comestible) para no tener que hacer sufrir a los animales...

Todo esto no son disparates: se trata simplemente de sus teorías llevadas al extremo de la coherencia absoluta...

6- Otro tema es el del concepto "animales de compañía". Totalmente demencial. La compañía de una persona debe ser otra persona, un libro, su propio ingenio... Y si no lo es esa persona tiene un serio problema proyectado sus carencias en un pobre bicho que no sabe de que va el asunto. La utilización de un animal para que "me acompañe" me parece algo absolutamente descabellado (aparte de antihigiénico, por supuesto).
Los animales de compañia no son más que una especie de muñecos con vida propia para satisfacción de mentes ancladas en la infancia. Los gatos deben tenerse si son útiles para cazar ratones (por eso fueron domesticados allá en el Neolítico) y los perros si sirven para guardar la casa, para guiar al ciego, para tirar de un trineo, o para ayudarnos a pastorear los ganados...Tenerlos para que "hagan compañía" y nos diviertan es arrancarles la dignidad. Mucho peor que matarlos, comerlos y ponernos su piel. Además lo destrozan todo, huelen mal y la casa queda llena de pelos, babas y suciedad.

Soy ecologista. Respeto el medio ambiente como el que más. Tengo una cosmovisión absolutamente franciscana. Totalmente antitaurino. Reciclo. Consumo responsablemente. Como senderista que soy disfruto de paseos por los bosques contemplando lobos, corzos, ciervos, jabalíes, o águilas libres. Es un espectáculo fabuloso.

Pero cuando bajo de la montaña de contemplarlo y vivirlo, también disfruto de un buen chuletón asado, de unos callos o de un plato de jamón serrano. También es un espectáculo para el olfato y el gusto totalmente inigualable. La ensaladita de la pobre e ignorada lechuga sin derechos la dejo para otros momentos menos intensos...

Ah, se me olvidaba: yo también soy vegetariano: sólo como animales que comen hierba. Jamás me he zampado un león, un tigre, o un lobo... :)

Como ven el tema es muy complejo".