BIENVENID@

"Que los caminos se abran siempre a tu encuentro, que el viento sople siempre a tu espalda, que el sol brille templado sobre tu rostro, que la lluvia caiga suave sobre tus campos. Y que, hasta que volvamos a encontrarnos...Dios te guarde en la palma de su mano". (Bendición Celta)

28 enero 2010

TORMENTA EN VERANO


De nuevo el Aprendiz de Brujo volvió a sus bosques y a sus raíces. Una vez más se acercó a las ruinas milenarias, donde le esperaba una historia que cada vez le llamaba con más fuerza, a recibir su energía y a sentir la magia atávica de aquella ballesta del río.
En la aldea celebraban una fiesta de disfraces a deshora con lo cual el Aprendiz de Brujo se sabía único humano en aquel interminable tapiz de frondosos bosques de brezo, genista y helechos; de robles, castaños, serbales, abedules, fresnos...
Decidió acercarse al río a refrescarse del intenso calor estival, pasando por las cercanas tierras donde la maraña de helechos bajo los robles apenas deja ver el suelo, corzos, jabalíes y raposas viven libres y el bosque siempre inmerso en un sonoro silencio vivo de mil vidas ajenas a ruidos, contaminaciones y crisis económicas que tanto enervan cuando se pierde la perspectiva.
El cielo cada vez más oscuro presagiaba tormenta.
El primer trueno irrumpió en la quietud de la selva de helechos cuando el Aprendiz de Brujo se quitaba la ropa para sumergirse en las frías aguas del río. Lentamente guardó la ropa bajo un saliente de piedra junto a la raíz de un roble. Así, desnudo en medio del frondoso verde, se dispuso a esperar a que pasara la tormenta. Ya desde niño ese fenómeno climatológico, lejos de inquietarle, le hacía sentir bien, pequeño, vivo, receptor de un regalo inmenso del Gran Padre que le recordaba siempre cual era su lugar…y su tamaño…en La Gran Obra de Lo Creado.
Los truenos sucedían a los relámpagos cada vez con mayor frecuencia hasta que estuvieron justo encima de él. El agua refrescaba su piel y el aire puro que respiraba.
Allí, sin ropa, en medio de un frondoso bosque de robles y helechos lejos de cualquier lugar habitado, bajo un cielo plomizo de truenos, relámpagos y una densa capa de lluvia el Aprendiz de Brujo se sintió más vivo y más cargado de energía que nunca.
Pensaba en lo cómodos que somos. En el rechazo que nos producen, en nuestro actual momento, situaciones tan normales como mojarnos, sudar, cansarnos. Mojarnos durante una tormenta de verano no nos “encoje”, ni nos enferma, ni nos produce daño alguno. En cambio sí nos refresca, nos oxigena, nos da vida y nos hace sentir parte de un entorno natural por el que a menudo pasamos sin ver y sin valorar en toda su riqueza.

Lo que parecía una breve tormenta se alargó demasiado acercándose “peligrosamente” la noche.
El Aprendiz de Brujo, preocupado por la intranquilidad familiar a medida que pasaban las horas y él no regresaba, decidió “mojarse”. Sacó la ropa de su escondite, se vistió y se puso en camino. A media subida del sendero, ya empapado por completo, se paró, abrió los brazos y mirando al cielo gris que regalaba la fresca lluvia, bebió del cielo y se dejó empapar, llenar y revitalizar por el agua limpia y pura sin la cual nada puede vivir.
Y se sintió más vivo que nunca...o tan vivo como siempre que sus pies hollaban la energética y generosa naturaleza de la cual formaba parte como una pieza más y no como una especie de “ser superior” que pretende controlarla.
Llegó a la carretera. A las botas empapadas les salía el agua por la embocadura a cada paso, las gafas mojadas no permitían ver nada, camiseta y pantalón iban chorreando pero él se sentía bien. La gente de los coches que pasaban le miraba como si fuera un bicho raro. Y tal vez tenían razón.
Afortundamente.
Cuando llegó a la aldea, feliz, los habitantes que encontraba, defraudados porque la lluvia había estropeado su fiesta de disfraces veraniega, le apremiaban a que no cogiese frío quedándose con la mojadura encima.
El Aprendiz de Brujo llegó a casa.
Lentamente se quitó la ropa mojada, se secó, se cambió y continuó disfrutando de los truenos y los relámpagos finales de una tormenta de verano que poco tiempo antes, inmerso en tupidos bosques, le había empapado cuerpo y espíritu haciéndole sentir mejor que nunca.

Un regalo como pocos.


Foto: Cielo tormentoso en el Valle.
©-Lobogrino.

2 comentarios:

J.M. Rábago García dijo...

También me gusta la lluvia.
Saludos.

Tobias dijo...

Pase por aqui a pesar de no dejar constancia de ello. Me gusta la entrada. Yo tambien y desde hace tiempo me considero aprendiz de Brujo. jajaja. Te leo y te sigo a pesar de la distancia. Abrazossssssssssss.