BIENVENID@

"Que los caminos se abran siempre a tu encuentro, que el viento sople siempre a tu espalda, que el sol brille templado sobre tu rostro, que la lluvia caiga suave sobre tus campos. Y que, hasta que volvamos a encontrarnos...Dios te guarde en la palma de su mano". (Bendición Celta)

20 diciembre 2010

FELIZ NAVIDAD

Me comentaba mi buena amiga Viviana que en Navidad cada vez hay menos simbología navideña decorando las calles. Tiene razón.
Me comentaba mi amigo Gerard que los puestos de pesebres que más éxito tienen son los de “caganers” de personajes famosos cuando cada vez más gente no conoce el sentido del Belén.
Ni de la Navidad.
A mi me gusta la Navidad.
Tal vez he tenido mucha suerte y desde niño me enseñaron el sentido de estos días.
Tal vez he tenido mucha suerte y desde joven me entretuve en profundizar en el sentido de estos días.
Me gusta buscar un detalle, a menudo más simbólico que otra cosa, para decirle a la gente que quiero: “Te quiero”.
Me gusta enviar mensajes de teléfono o correos de Internet a la gente que quiero para decirles: “Me acuerdo de ti, te deseo lo mejor y te quiero”.
Me gusta dedicarle una sonrisa a la panadera o al vecino desconocido y decirles: “Feliz Navidad”.

En su momento opté por seguir creyendo en lo que me habían enseñado.
Y me gustó.
Me gustó descubrir que es bonito pensar que tal vez exista un silencioso Dios que decide compartir la suerte de los hombres berreando al nacer para amar, llorar, reír, sentir el viento en la cara y una hormiga paseando por la barba...
¿He dicho amar?
Me gusta descubrir cada día que es bonito pensar que tal vez existe un Dios, a menudo del silencio, que me invita a tener esperanza en que al final lo que va a prevalecer es el amor, la alegría, la felicidad y todo esto va a tener sentido.
¿He dicho el amor?
Me gusta la canción del turrón. Aquella que dice: “Vueeeelveeee a casa vueeeelveeee por Navidad”. Porque, aunque regreso con los míos de vez en cuando, hacerlo por Navidad es especial.
Los desayunos con leche migada junto a la lumbre saben diferente.
Las miradas tienen otro brillo distinto.
Las conversaciones se vuelven especiales.
Los paseos por el frío regalan vida.
Hasta los abrazos, mil veces compartidos, poseen otra calidez.

¿Cuál es la diferencia entre la visión de Navidad: “Esos días coñazo en los que nos cebamos como cerdos, recibimos regalos inútiles, nos gastamos una pasta y tenemos que poner buena cara a gente que nos cae como el culo” y: “Esos días especiales en los que comparto lo que tengo y celebro con los míos, me acuerdo de la gente a la que quiero y siento la ingenuidad de la infancia durante un momento”?
Supongo que la misma diferencia entre buscar una belénestéban cagando y encender una vela junto a un viejo Belén para recordarte de aquella persona que amas y no está a tu lado; o para dar gracias por los que sí lo están.
Supongo que la misma diferencia entre comprar compulsivamente y soñar esperanzadamente que vale la pena VIVIR, AMAR y se puede SER FELIZ así, con mayúsculas.
Debo ser muy iluso porque me gusta esa Navidad.
Me sigue gustando el cuento que escribí hace un tiempo y que está por este blog: “Ten fe, José”.
¡¡¡*FELIZ NAVIDAD A TODOS!!!
*- Nótese que cuando se dice “Feliz Navidad” con convicción, lo que realmente se está diciendo es: “Desde lo más profundo de mis tripas deseo que tu vida sea absolutamente feliz y plena amando y sintiendo”.
¡FELIZ NAVIDAD!- Lobogrino.

11 diciembre 2010

LECTORES DE METRO

Ser usuario del metro en una ciudad es un hecho tan habitual que generalmente carece de importancia.
El antropólogo francés Marc Augé (Poitiers 1935) define estos espacios como “No lugares”:
“Los no lugares no existían en el pasado. Son espacios propiamente contemporáneos de confluencia de anónimos, donde personas en tránsito deben instalarse durante algún tiempo de espera[...] Apenas permiten un furtivo cruce de miradas entre personas que nunca más se encontrarán.
Los no lugares convierten a los ciudadanos en meros elementos de conjuntos que se forman y deshacen al azar y son simbólicos de la condición humana actual y más aún del futuro. El usuario mantiene con estos no lugares una relación contractual establecida por el billete de tren y no tiene en ellos más personalidad que la documentada en su tarjeta de identidad
”.
Marc Augé, Non-Lieux, introduction à une anthropologie de la surmodernité, Le Seuil, 1992.

El filósofo acierta de lleno a la vez que se queda corto. Imagino que el motivo es que esos “no lugares” han ido cambiando desde la publicación del ensayo hace 18 años.
El metro, ese pequeño microcosmos de “confluencia de anónimos”, es un reflejo bastante fidedigno de la sociedad...Además del mejor lugar del mundo para quedarte sin la cartera...
Sin entrar en análisis profundos lo primero que te llama la atención cuando accedes al metro es la cantidad de gente que pasa sin pagar billete.
Saltan, se arrastran o se pegan a la espalda del honrado ciudadano que acuquina con el elevado estipendio. Muchos van en manada y a veces (que yo les he visto) hasta se cuelan con el carrito del bebé o en silla de ruedas.
Personalmente, dado que no sirvo para delincuente, siempre cumplo con mi obligación cívica. Por eso me molesta bastante que se cuelen o lo que es peor: que se cuelen a mi costa. En casos así lo que suelo hacer es pararme en seco cuando les noto a la espalda, con lo cual la puerta al cerrarse les da de lleno en la jeta. No duele. Sólo debe “picar” un poco. Si no funciona y el individu@ ha pasado, lo siguiente que hago es buscar a un revisor o un segurata y señalarles que tal persona se ha colado. Ni que decir tiene que eso no sirve para nada, pero a mi me relaja.
Porque en el metro por algún incomprensible motivo no hay más que seguridad privada carente de todo poder de maniobra. Nadie con medio dedo de frente puede entender porqué no hay policía en el microcosmos donde se perpetran tantos robos. Este absurdo llega a tal punto de haber vivido en varias ocasiones situaciones surrealistas:
1- Metro lleno de gente. Guardia de Seguridad que entra y grita: “Señores viajeros. Esta y aquella señora (señala, como no, a dos gitanas rumanas) son carteristas. Tengan cuidado con sus bolsos”.
2- Metro parado en una estación del centro de la ciudad. Voz por megafonía: “Señores viajeros, les comunicamos que en estos momentos hay tres carteristas habituales en este tren. Por favor, vigilen sus pertenencias”. La concurrencia mirándose recelosa: “¿serás tú?”.
Dejando a un lado que viajar tarde un fin de semana en este medio de transporte puede considerarse una heroicidad: perroflautas de pijorastas haciendo el botellón y pasándose el canuto sentados en medio del vagón; niñatos con el botellón en el andén; panchitos borrachos que, como tampoco saben beber, se ponen faltones; críos metiéndose cualquier mierda sin más soporte que el dorso de la mano y un billete; carteristas en plena efervescencia porque el que no está colocado está borracho y es fácil...
Dejando a un lado eso, y teniendo en cuenta que “siempre nos quedará el bicing”, voy a hablar de lo interesante del transporte suburbano: La lectura.
Aunque suene raro: hay gente que lee y hay gente que aprovecha ese “no lugar” del que habla Augé para hacerlo. El propio antropólogo hace referencia a ello. Es una manera de aprovecharlo así como de “humanizarlo”.
Generalmente la gente que viaja en metro escucha música, juega con el teléfono o simplemente “está”. Pero algunos leen. Leemos. Por su puesto.
Claro que algunos leemos todo y constantemente. Cuando no llevamos libros encima (un sábado por la noche, tal vez) leemos las normas de apertura de las puertas o la entelequia incierta de lo que te puede pasar si viajas sin billete. Lo sabemos más que de sobras, pero...Por leer algo.
Algunos trenes llevan a temporadas trozos de obras literarias que devoramos con avidez.
Regresando anoche pensaba "¿cómo debe ser vivir sin leer?, ¿cómo se puede comprender el mundo sin ver más que “manchas” en los nombres de las calles, en los carteles, o en las advertencias del metro?, ¿cómo ve alguien que no sabe interpretar una palabra?"
Hace un tiempo conocí un “antropoide", peruano creo, que con 15 años y después de haber asistido la escuela aquí toda su vida no sabe leer. ¿Cómo puede...vivir?
Supongo que es como cuando viajas a un país árabe desconociendo el idioma y sus palabras te parecen sólo manchas. Pero incluso así, en medio de la impotencia, alguien que lee como respira hace un esfuerzo de intentar interpretar lo que desconoce.
Lo grave es que para el “antropoide” que conocí y para el “belenestivismo” reinante no existen impotencia ni rabia algunas.
Pero pese al caos hay un porcentaje de gente que lee. Y lee en el metro.
En más de una ocasión me he percatado, es que debido a mi “gen femenino” puedo hacer dos cosas a la vez y siempre voy pendiente del entorno, que esos “conjuntos que se forman y deshacen al azar” de los que habla el antropólogo, son conjuntos de lectores. De repente te das cuenta que en un vagón hay media docena de desconocidos sentados o agrupados juntos que van leyendo. Hasta 17 conté una vez. Casi todo un vagón de lectores. En ese momento ese rincón del tren se vuelve mágico, como una pequeña biblioteca en movimiento. Nadie se mira; hay silencio. Incluso callan los no-lectores. Incluso desaparecen los carteristas. Aquel es el instante sagrado de la sagrada lectura. Nadie parece estar pendiente de nadie pero velados rictus de aprobación hablan de esa magia. Y no es que te plantees: “Un montón de gente leyendo voy yo también”. No. Simplemente te sitúas entre “los que son como tú”. Es como una especie de instinto natural. Como un imán instintivo.
Analizando, que esto le gusta al maestro Augé, también puede extrapolarse una “cierta antropología de los lectores de los no lugares”.
Así el lector medio de metro es mujer, de entre 30 y 60 años y europea o argentina (que los argentinos son tan europeos o más que los descendientes de Don Pelayo). También, pero en menor porcentaje, hay lectores hombres de entre 30 y 70 años europeos o argentinos.
Es un dato curioso pero significativo y que da que pensar.
Los carteristas es evidente que no van al metro a leer...aunque conocen que si roban por menos de 400 euros no les va a pasar nada; los orientales del lejano Oriente bastante tienen con pensar “con qué tipo de salsa condimento al abuelo”; los orientales del próximo Oriente ir mirando en qué parada se baja más gente para montar un “badulaque”; los más jóvenes “¿leer?, ¡vaya chorrada!”; a los rapados con más pelo que cerebro no les llega la raíz de capilar para comprender las letras; los "perroflautas-pijorastas" con controlar las dosis de maría tienen suficiente esfuerzo; los “panchitos” si no se lo regalan “por favorcito” o pueden manipularle de algún modo ¿para qué lo van a hacer?...
Sin duda este “no lugar” efímero es una muestra bastante certera de la realidad social en la que vivimos.

En cualquier caso siempre que me veo inmerso en uno de estos grupos accidentales de lectores me siento bien y pienso que el mundo tiene solución.
En esos momentos me gusta extrapolar aquellas certeras palabras del Maestro de Nazaret y darles un toque propio:
- “Siempre que haya dos o más leyendo juntos allí estaré Yo”. La Cultura.